miércoles, 30 de enero de 2008

Pasión por el Priorat: De San Bruno a Robert Parker

ruinas de la Cartoixa de Scala Dei a los pies de la Serra del Montsant. Aquí empezó todo y las tierras dominadas por el Prior pasaron a ser conocidas como el Priorat.
El símbolo del Priorat, Scala Dei, la Escalera de Dios

Interior del pueblo de Margalef en pleno macizo del Montsant. La piedra siempre protagonista

En la edad media el vino solo tenía calidad en el interior de los muros de un monasterio, los monjes benedictinos o cistercienses se preocupaban por honrar la sangre de cristo para la misa y para acompañar los fríos inviernos en el claustro.
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La orden francesa seguidora de San Bruno, la Gran Chartreuse, se estableció en el Siglo XII en los pedregales y riberas del río Siurana. En su peregrinaje vitivinícola por la península ibérica ese fue el lugar ideal para seguir las enseñanzas de San Benito, aquel que recordaba que era mejor beber un poco de vino que mucha agua. El sueño del patriarca se había cumplido en las faldas del imponente macizo del Montsant, en el Monte Santo se manifestaba la escalera de Dios desde la que los ángeles descendían al mundo de los hombres. En aquel lugar fundaron la Cartuja de Scala Dei, un mundo duro, petrificado y de laderas empinadas practicamente deshabitado donde reina la licorella que significa "piedra", la likka de los antiguos pueblos Celtas.
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El Priorato de Scala Dei agrupaba las aldeas de Poboleda, Vilella Alta, Porrera, Morera, Torroja, Gratallops y Bellmunt, que son los que hoy conforman la DOQ Priorat, mientras que el resto de la comarca moderna del Priorat se enmarca en la D.O. Montsant por ser el macizo un anillo protector que rodea toda la comarca.
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Los cartujos en aquel lugar apartado se acercaban al ideal de los ermitaños pero sin olvidar el trabajo y el progreso. Con los apoyos necesarios de la corona fueron tomando poder, privilegios y diezmos. A lo largo de los siglos, todos los reyes rindieron visita y confirmaron los privilegios del Priorat de los grandes vinos. El negocio del vino y el aguardiente se hizo tan próspero que en el Siglo XVIII la comarca vivió su mayor esplendor y riqueza. El convento fue abandonado por la desamortización de los liberales en 1835. El odio que habían generado en el pueblo durante siglos de poder hizo que el monasterio fuera arrasado y quemado.
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A toda ascensión le viene un declive y parece que desaparecido el Prior se llevó la escalera de Dios y sin ángeles de la guarda la comarca se desmoronó, primero la filoxera acabó con toda la viña y siglos de comercio, pasaron tanta hambre que la comarca se despobló y como en el cuento de la bella durmiente, todo quedó aletargado durante 100 años a la espera de un príncipe con un beso salvador.
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No fue uno sinó 5 los jinetes que arribaron a esas tierras deprimidas a finales de los años ochenta, de aquellas 17.000 hectáreas de la época dorada solo quedaban 800 plantadas. Cinco personajes atraidos por el perfume mineral de la licorella y por un estilo de vida alternativo, cinco con nombre de vino, Palacios, Barbier, Pastrana, Pérez y Glorian y otros que acompañaron esa expedición a la luna negra, compraron bancales, algunas terrazas y cuatro cepas de garnachas supervivientes para hacer sus primeros vinos, una producción irrisoria y etiquetas con reminiscencias del pasado monástico: L'Ermita, Clos Mogador, Clos Martinet, Clos Erasmus o nuestros Mas Sinén y Mas Franch.
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Vinos distintos, alejados de la globalización del nuevo mundo, potentes, minerales, rusticos y modernos a la vez, que a mediados de los noventa viajan al otro lado del océano para atrapar a Robert Parker y a Wine Spectator, a todos los críticos, artistas de cine y políticos... lo escaso y lo raro nos conquista, lo exclusivo nos emociona y el Priorat es todo eso. El resurgir ha atrapado a todos y hoy el Priorat vuele a tener más habitantes que casas, ha doblado hectáreas de viñedo y acuden gentes de todas partes del mundo para abrir su pequeña bodega, la de la ilusión por una vida soñada, aquella que una vez tuvo San Bruno viendo una escalera de Dios de la que descendían los ángeles... hoy la escalera vuelve a estar en su sitio, en el Priorat.

lunes, 28 de enero de 2008

Pasión por el Priorat: El Océano de Piedras negras y la Escalera de Dios



Los suelos de pizarra quebrada o licorella son los protagonistas de los vinos del Priorat, dotan a sus vinos de una enorme personalidad mineral que los hace inconfundibles. La comarca tiene un gran desnivel, pasa de 200 a 1.200 metros y su orografía es tremendamente compleja. en el centro de la comarca encontramos viñedos planos cerca del río Siurana pero el resto de las fincas suelen estar dominadas por laderas extremas que a lo largo de los siglos el hombre dominó en terrazas de piedra y bancales. En aquellos lugares donde no hay terrazas aparecen los viñedos de "coster" situados en pendientes muy pronunciadas, de hasta un 30%, en ellas encontramos cepas viejas de garnacha.

La pizarra desmenuzada o licorella absorbe y almacena la humedad, ofreciendo a la viña un terreno excepcional. En el vino la licorella va a aportar todo su carácter dotandole de una intensa nota mineral que protagoniza las sensaciones en la cata y que dan justa fama a los vinos de la región desde los tiempos de los romanos hasta el renacer de los últimos años.
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EL OCÉANO DE PIEDRAS NEGRAS Y LA ESCALERA DE DIOS
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Se ha perdido en la noche de los tiempos el día en que Dios creo el Universo y a todas las criaturas, al tercer día separo el agua de la tierra e hizo que se produjeran plantas, tardó todavía otros tres días eternos para crear al hombre a su imagen y semejanza. A aquellos dos primeros humanos solo les prohibió que comieran el fruto del arbol de la ciencia del bien y del mal, como era de esperar no tardaron en sucumbir a la tentación de probar el fruto prohibido.
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Cuentan las viejas escrituras que bajó del cielo un angel con una espada de fuego en la mano y fueron condenados al trabajo, a la miseria, a las enfermedades y a la muerte. En el lugar en el que descendió el angel nunca más volvió a crecer la pradera, el impacto fue tan terrible que las piedras quedaron rotas en mil pedazos y el fuego de la espada las quemó dejándolas para siempre negras como el carbón. Durante miles de años no creció planta alguna en ese territorio en donde el hombre había perdido para siempre su semejanza con Dios y la vida eterna para convertirse en un ser imperfecto, mortal.
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El hombre jamás regresó a aquel lugar que bautizó como el Océano de las Piedras Negras, recordando quizás que allí ocurrió el primer diluvio universal en el que llovió fuego y quedó para siempre una huella de piedras negras desmenuzadas. Mientras la humanidad se dedicaba a aprender a valerse por si misma, creo herramientas, aprendió a conocer lo que la naturaleza era capaz de ofrecerle y para mitigar el miedo ancestral por las noches se reunía con sus semejantes alrededor del fuego.
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Hace casi 10.000 años un aldeano se aventuró a adentrarse en el lugar prohibido buscando los restos de la primera batalla entre Dios y el hombre. Camino por el pedregal, tomó piedras del suelo, sintió que concentraban el calor del sol y reflejaban su luz, comprobó que carecìan del aroma nauseabundo contradiciendo lo que contaban en la aldea. El pastor comprobó que la piedra se quebraba facilmente con los dedos y que estaba formada por cientos de capas, como si fueran las tablillas del génesis del mundo. Con las uñas dibujó en su plana superficie el fruto prohibido, era tan fácil escribir en esa piedra que guardó unos pedazos para enseñarlos a los sabios del pueblo.
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Siguió caminando por ese mar petrificado, ascendió por una pronunciada pendiente resbalando a cada momento por culpa de aquella superficie quebrada, llegó a la cima de una colina desde donde divisaba aquel océano de azabache, en el centro le pareció ver un apéndice que surgía del suelo, se acercó y pudo ver que se trataba de un tronco seco y retorcido del que brotaban dos ramas con una pocas hojas, de una de las ramas colgaba un racimo de unas frutas pequeñas y redondas de color parecido al de las piedras.
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Espero una señal pensando que quizás era la fruta prohibida, se abrieron las nubes en el cielo y un rayo de luz iluminó el árbol, los pequeños frutos adquirian ahora un especial brillo y un color parecido al azul del cielo. Tomó un grano y lo probó sin miedo, sintió el sabor mineral de la piedra y la acidez de la fruta, por un instante se sintió mareado por la emoción, era la fruta de la vida no para regresar a la eternidad, sino para hacer al hombre feliz. El regalo de Dios para perdonar a los hombres, una rama llena de dolor, perturbada, que en el océano de las piedras negras era capaz de dar vida a un fruto que concentraba todos los sabores y aromas del viento, del Sol y de la tierra. El joven llamó a esa planta la escalera de Dios, aquella por la que un dia descendió un angel de fuego y ahora otro había depositado el fruto redentor.
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Desde entonces el Océano de las piedras negras y la escalera de Dios fue lugar de culto y con las piedras se hacían amuletos, las sacerdotisas ofrecían ceremonias rituales para las diosas de la fertilidad regando el suelo con agua y aceite, crecieron más viñas y también olivos, higueras, almendros y avellanos el territorio. Del fruto de la viña hicieron el vino y con él rindieron honores a Dios y las noches frente a la hoguera no volvieron a ser tristes, el hombre aprendió a celebrar fiestas.
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Aquellas pizarras antiguas siglos después fueron tomadas por los romanos para obtener un vino más perfumado y alegre que el que ellos tenían, pasaron civilizaciones y siglos y la escalera de Dios fue olvidada hasta que el patriarca de unos monjes franceses de la Grande Chartreuse tuvo un sueño en el que un pastor contaba que en medio de aquel océano de piedras negras surgía una escalera de la que subían y bajaban los ángeles de Dios. Los monjes cartujanos buscaron el lugar y cuando lo encontraron fundaron su Cartuja sobre las raices de los viñedos más antiguos y desde entonces aquel océano de piedras negras y vinos profundos es conocido como El Priorat de Scala Dei.
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Texto Original: Oriol Serra Nadal
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1a imagen tomada de http://www.todovino.com

domingo, 27 de enero de 2008

Pasión por el Priorat: Los cuentos de las Viejas Garnachas y el principe Mazuelo



Si los suelos de pizarras negras desballestadas, la licorella, forman el alma mineral de los vinos del priorat, el vehículo que transporta esa magia es la uva. En el Montsant y el Priorat hablar de uva es hacerlo de Garnacha y Cariñena, pero de todos, el tesoro más apreciado para los viticultores es encontrar garnachas centenarias, viñas viejas por no decir deshauciadas que sean capaces de vivir una resurrección para ofrecer en cada vendimia unos granos, pocos, quizás un par de racimos por cada vieja centenaria que sumen 200 o 300 gramos. No es un cuento de hadas lo que explico, es en el tormento y la agonía de donde nace esta historia, la de los mejores vinos que ofrece mi tierra.

Esas son las verdaderas pepitas de oro del Priorat, el caviar de esta tierra dura y agreste, escaso elixir el que nos va a regalar pero el más concentrado, el que cubre el espíritu de cada botella para hacerla personal, única, rara.. inigualable.
LAS VIEJAS GARNACHAS Y EL PRINCIPE MAZUELO

La Garnacha es para los forasteros un todo pero para los catalanes y aragoneses es el apellido de una gran familia de nobles y vasallos, de cenicientas y brujas.
La menos agraciada de la familia es la garnacha blanca ideal para crianzas oxidativas, grandes vinos dulces o compañera de otras amigas para pasar por barrica y ofrecernos matices especiados y recuerdos a las resinas de los pinos mediterraneos. En cuanto deja la palidez nos enseña que también puede ser Garnacha roja o gris, según el estado de ánimo, no tendrá suficiente pedigrí como para ir sola al baile y necesita que tintas con más color le saquen los suyos... cuando se queda sola se viste de drag queen para sangrar más temprano y ofrecerse ruborizada con vestido de novia.

Entre tantas novias la que casi siempre se queda sin boda es la Garnacha Peluda, solo los locos harán vino con esta antipática y grosera variedad. No es querida ni en Castilla ni en la Mancha, ni tampoco en Aragón, tuvo que huir acusada por sus excesivos taninos vegetales hasta que en terrazas y bancales de piedra negra, acariciada por el clima mediterraneo del Priorat, tan agreste y seco como su carácter, se produce en enlace mágico: la mineralidad. Desde que anda casada huele a fresas y es delicada en su boca, sus taninos ya no molestan y tiene una charla envolvente... recién casada que buena es para esos vinos jóvenes y con poca crianza... eso si, cuando se torne una vieja viuda y solo de unos gramitos por cepa perderá su esequilibrio de alcohol y acidez y aunque esté más concentrada, más de uno preferirá pasificarla por cien años.

De la Garnacha Tintorera hablaré muy poco, muchos dicen que traicionó a la familia casándose con el hijo de un francés sin titulo nobiliario, aunque la verdad es que fue secuestrada por el mago alquimista Henri Bouschet, quien agarró a su hijo Petit Bouschet y a la despreocupada garnacha tinta para cruzar un perro con un gato, el resultado, no podemos comer perdices en esta boda, pero si un potaje de garbanzos.

La princesita del cuento es la Garnacha tinta, conocida con tantos nombres como amantes tiene por toda España y Portugal, es tan vigorosa cuando quiere que sus conquistas amorosas llegan hasta los franceses que piensan que es suya, Grenache noir dicen en el ródano, Toccai Rosso o Cannonao para los italianos y Carignan Rouge para Norteamericanos despistados. Como su hermana peluda, es dócil como un caramelo de fresa cuando su vida es joven pero al ser más elegante que aquella muchos la han bebido mientras perdian su zapatico de cristal en algún rincón de la copa, será por eso que la conocen tantos como "La Cenicienta de los vinos", es tan elegante y tan simple como aquella que siendo sirvienta acabó en brazos del príncipe.

Pero no se lleven a confusión con esa aterciopelada figura, cuando la Cenicienta ha tenido 40 hijos y tantos inviernos ya no hay principe azul que no se tire pedos ni arrugas que arregle una cirugía. Presa de la rabia decide vestirse de luto y escapar de tanto castillo afrancesado para calar hondo en lo más fondo del terruño negro, es en las tierras de licorella, las duras y empinadas laderas del Priorat donde la malvada Garnacha tinta se convierte Garnacha del País, una bruja con verruga en la nariz.

¡ Quien quiere un cuento con final feliz edulcorado cuando podemos sucumbir en un pedregal pardo y negruzco donde vomitar todo ese carácter tempestuoso!. Dame color granate, casi sangriento y frutas negras, muy negras como las moras, haz chirriar los dientes hasta que por estar tanto tiempo encerrada en una sombría mazmorra, 15 meses en cárcel de roble francés y un nuevo destierro en la botella de aladino conviertas tu odio en mermelada, tu ímpetu en tardes torrefactas y noches de carbón y de tus recuerdos de ayer nos brindes balsámicos momentos.

¿Y que fue del principe en este cuento ?

Tiene nombre de nena cuando vive en Aragón Cariñena o Mazuela, pero cuando le sale barba y bigote y se deja crecer el pelo le llaman Mazuelo y en el Priorat Catalán se transforma en Samsó, el fuerte Sansón como aquel heroe mitológico que podía con mil soldados y batallas sin despeinarse. Con sus músculos dorados y largos rizos resiste en la viña todos los combates y al llegar a la bodega no pierde su musculoso y alcoholico perfil, nos ofrecerá taninos rudos, amargos y muy vegetales si no pasan por el aula del roble que todo lo educa y recompone.... A Sansón no podremos satisfacerlo en la mesa ni en la cama con cualquier cortesana, él necesita su Dalila.

Así pasó toda la eternidad el Mazuelo, Sansón sin Dalina, hasta que un día en las viñas y en las barricas encontró a su compañera, la Garnacha, ambos estaban entrados en años y sin esperanza de amor... se unieron, los mezclaron y de esa boda nacieron tormentas muy complejas, divinos aromas viejos que no tienen que pedir perdón a nadie para amarse y que comparten alegrías y penas en boca para llegar a ser el matrimonio perfecto... del Priorat

Texto Original: Oriol Serra Nadal